Esta vez el avión despega con 25 minutos de retraso pero de vuelta a nuestro sitio, al lugar del que el pasado septiembre dejamos para poner rumbo a un nuevo reto. Y volvemos como el turrón, por Navidad. Volvemos en el momento más bonito del año o más triste, momento de reencuentros y de ausencias en la mesa. Reencuentros especiales, procedentes de todas las partes de Europa pero que se juntan en el mismo punto. Miles de anécdotas que contar, de experiencias, viajes, amores, amigos, fiestas, en fin, horas y horas de charla. Y es aquí cuando te das cuenta lo que está significando para ti el Erasmus, es aquí cuando empiezas a valorar todo, lo que tienes y lo afortunados que somos los que estamos viviendo esta experiencia. El esfuerzo y el trabajo de los que nos ayudan a que este sueño se haga realidad. Y es aquí además cuando te das cuenta que has cambiado, que no eres la misma persona que la que cogió ese mismo avión en la otra dirección. Que has madurado, has crecido como persona y has valorado lo que de verdad importa. Que has sido capaz de convivir con gente de otras nacionalidades e incluso de la misma pero totalmente opuestos. Comienzas a darte cuenta que esto es lo verdaderamente bonito del Erasmus, lo que te hace realmente grande. Conoces personas, que se saltan el paso de amigos a hermanos. Que te aguantan, te soportan y te quieren tal y como eres, com tus virtudes, pero sobre todo con tus defectos. Con tus altibajos y con la mejor de tus sonrisas. Entablas relaciones especiales que te marcaran para siempre, que pondrán un antes y un después en tu vida.
Te das cuenta que han sido los mejores tres meses de tu vida y que menos mal que quedan otros seis.
Brindemos por todos nosotros.
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