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Escalamos unos centímetros el mapa europeo


LITUANIA-LETONIA-ESTONIA| Quizás no fuese el viaje más caluroso, ni fuésemos a las ciudades más impresionantes de Europa, pero sabíamos que era único, que la oportunidad de viajar a los países bálticos no se tiene todos los días: y había que hacerlo. A pesar de ser 7 de febrero, a pesar de la ola de frío que azotaba la zona esos días, a pesar de todo teníamos que ir. Vimos Letonia, Lituania y Estonia en su momento clave, en la pura realidad de esos países, con la bufanda, los guantes y el indispensable Norway siempre puesto. Cogimos un avión por primera vez para algunos en el Erasmus (sin contar los viajes a España por supuesto). Aterrizamos en Vilna o Vilnius, como queráis llamarlo, e hicimos la primera parada de las tres que teníamos planeadas. Dicen que el orden según están ubicadas en el mapa va acorde con lo bonitas que son, y no tengo ninguna duda de ello. 

Vilna fue bonito, diferente, muy al estilo ruso, pero me quedo con Tallin, nuestra segunda parada y la más alejada de casa. Me quedo con la playa de Pirita y el Mar Báltico completamente congelado, el dibujo de las olas petrificadas. Me quedo con su Old Town, pequeña pero de cuento; cada edificio, cada plaza, cada iglesia. La nieve aportaba esa pizca de fantasía a la pequeña capital de Estonia. Me sorprendió bastante el trato que tuvieron los estonios hacia nosotros, bastante mejor que el de los polacos de hecho, quzás fue casualidad.

Y llega la tercera y última parada, Riga, la capital de Letonia, la que está en medio, y a la que empleamos menos tiempo. Me sorprendió bastante, lo vimos todo demasiado rápido, quizás un día mas no hubiese estado mal. De hecho cogimos el avión en tres tandas; los que se fueron un día antes, los que lo cogimos a la mañana siguiente y los tres últimos supervivientes que se quedaron hasta esa misma tarde. Riga tuvo su encanto, pequeño pero sorprendente. Cada rincón  aleatorio tenía algo que expresar.
 Las fuerzas se nos iban acabando poco a poco, una semana de viaje, y vaya viaje, estaba pasando factura. El dormir en aviones, autobuses e incluso en las zonas comunes de hostels que no eran el nuestro ya era un habitual en esa escapada. El tiempo que nos quedaba de aventura era inversamente proporcional a las ganas que teníamos de pillar nuestra cama polaca.



 Y así fue como el frío no pudo con las ganas, y una nueva aventura se guarda ya en nuestros recuerdos.

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