No sabíamos muy bien en qué punto nos encontrábamos. Las expectativas eran más bien bajas para los meses venideros, prácticamente nulas. Inmersos en una pandemia mundial, dejando atrás un encierro de alrededor de mes y medio, las cabezas dando tumbos y con una gestión del país dividida en fases hasta llegar a la nueva normalidad. El transcurso de los días habían sido más bien lentos, hasta que una mañana de principios de mayo pudimos tocar el asfalto de las calles convertidas en pistas de atletismo, y unos pocos afortunados acariciamos el mar con la punta de los dedos. Y llegó la estación del año más trasnochadora, la de las resacas y la cerveza fría. La del salitre en el cuerpo. La de Turnedo de fondo. Pero, ¿Y ahora qué? A dónde fueron a parar el 90% de los planes que definen el verano. Las fiestas de “prao” de las que tanto presumimos en el norte. Las noches en Cañadio rodeados de más madrileños y vallisoletanos que locales. Los viajes de costa en costa por la geografía españ...
Plasmo mis experiencias y reflexiones a través de las teclas del ordenador